Proyectar la casa propia es la tarea más ardua porque implica enfrentarse ineludiblemente a uno mismo. Imaginar la nueva sede del Colegio de Arquitectos en delegación de nuestra comunidad profesional exige acaso más; conjurar de entre la vasta urdimbre de nuestra disciplina una imagen común, un horizonte compartido.
La nueva sede ha de ser, por encima de sus funciones administrativas, la constitución de un símbolo, la cristalización en la materia de un tiempo y un lugar únicos, un episodio singular de un panorama disciplinar en constante evolución; una arquitectura que sea expresión de toda arquitectura, tanto para sus arquitectos como para los habitantes de la ciudad.
Se trata de trascender las meras funciones administrativas del edificio para fortalecer su institucionalidad, componer una imagen reconocible y habilitante, superar el profesionalismo para alcanzar el arte y perseguir, cualquiera sea la escala, espacios de reverencialidad donde reverberen aquellas arquitecturas pasadas que cimentan nuestra disciplina.
A partir de la huella existente y reconociendo el legado de la casa chorizo dentro del imaginario de nuestras ciudades, tomamos su versatilidad funcional, el amable refugio de sus galerías y zaguanes y la articulación de sus ambientes interiores y exteriores en una atmosfera de controlada domesticidad.
Implantado en un entorno consolidado, el simple gesto de ensanchar la vereda permite diferenciarse del resto y enunciar la condición de un espacio dado a lo público.
La galería de acceso hace partícipe a la ciudad de su interior y de su patio, el declive por donde se derrama el cielo a la casa, al decir de Borges. El mismo patio, transparente, permeable, nuclea actividades que pueden estar vinculadas al sum, a la galería o al hall de exposiciones, lo que refuerza la flexibilidad de la planta de acceso.
En el primer piso se agrupan las actividades administrativas, que requieren más privacidad, pero que, no obstante, establecen reiteradas fugas visuales con lo que sucede debajo. En el recorrido procesional desde las circulaciones verticales hasta las oficinas aparecen incisiones que permiten la entrada de luz desde la cubierta y la derraman de forma controlada sobre los espacios del sector de exposiciones.
El gesto deliberado de incorporar la forma universal de la casa, ícono del refugio y arquetipo de la arquitectura, tan naturalmente dada en el imaginario colectivo, refuerza la idea de un edificio significativo y singular. El vacío aparece como una pausa, un intervalo, un silencio urbano, un espacio consciente que permite poner en valor el resto del proyecto, conectando los patios y galería con la ciudad. Dominando el mismo e iluminada por el recorte del patio se emplaza (reemplazando quizás al exhausto modulor) la estatua del alba, de Georg Kolbe, replicando aquella que habita el Pabellón de Mies.
Junto con Arq. Franciso Garrido y Arq. Juan Juarez
Colaborador: Federico Jaume